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La persona con más probabilidades para liderar el Palau de la Generalitat en Barcelona, visto el panorama, es Pere Aragonès, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
El candidato del Partido de los Socialistas Catalanes (PSC) y exministro de Sanidad, Salvador Illa, ha ganado las elecciones del 14-F, porque ha obtenido más votos que ningún otro adversario, pero tiene prácticamente imposible convertirse en el próximo "president". ¿Por qué? Porque las matemáticas se lo impiden y, además, porque la segunda formación más votada, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), consciente del gran potencial que goza Aragonès, no tiene intención alguna de formar una alianza con Illa.
De todas formas, los socialistas se han convertido en el referente del espacio contrario al separatismo catalán. También ha quedado demostrado que el llamado "efecto Illa" no era un simple experimento demoscópico (subió 16 escaños), aunque ha sido a la postre una apuesta insuficiente para contrarrestar a los sectores independentistas. No obstante, el presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, puede presumir de un legítimo triunfo, aunque este solo sea moral y no fáctico.
La suma de los sufragios de ERC y de otras formaciones independentistas como Junts, la Candidatura de Unión Popular (CUP) y el Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT) se sitúa cerca del 51%, casi cinco puntos porcentuales más con respecto a las elecciones de 2017, cuando se quedaron en el 47,5% de los votos. En escaños, amplían en cuatro la mayoría absoluta de 70 diputados que tenían desde la pasada legislatura y superan así su techo de 72 representantes que obtuvieron Junts pel Sí y la CUP en 2015.
A todos estos grupos, con algunos de sus líderes todavía entre rejas por montar un referéndum de independencia, les une un mismo objetivo: la autodeterminación del pueblo de Cataluña, aunque su fondo ideológico no sólo sea dispar sino a veces contradictorio, porque ERC es progresista; el PDeCAT, liberal; la CUP, de extrema izquierda; y Junts, digamos, que "transversal", porque unas veces parece de derechas, pero otras de izquierdas.
Ciudadanos, un partido de centro-derecha que surgió precisamente en Cataluña, en 2006 de la mano de Albert Rivera, como una plataforma cívica, ha quedado verdaderamente arrasado pues ha pasado a tener solo seis actas de diputado.
Ha perdido nada menos que un millón de votos, el equivalente a 30 escaños, con respecto a la cita de diciembre de 2017, cuando fue el más votado de todos los concurrentes. Pese a esta debacle sin paliativos, su líder nacional Inés Arrimadas, curtida precisamente en el Legislativo catalán antes de dar el gran salto a Madrid, no se plantea ni dimitir ni cesar a nadie.
Ciudadanos tuvo su momento de gloria hace cuatro años en un contexto muy distinto al actual, pues acababa de llevarse a cabo, el 1 de octubre de 2017, el 1-0, un referéndum de autodeterminación catalán, convocado pese a haber sido declarado ilegal por la justicia española.
El plebiscito desembocó en serios incidentes de orden público durante su celebración y finalmente tuvo su colofón en una sonada declaración de independencia, realizada el 10 de octubre por el entonces "president" de la Generalitat, Carles Puigdemont, quien pocos segundos después propuso que esa independencia fuera "congelada" para iniciar el diálogo con las autoridades españolas.
El Gobierno de entonces, presidido por Mariano Rajoy, respondió de inmediato y aplicó el controvertido artículo 155 de la Constitución española que abre la vía al Estado español para tomar el control de una comunidad autónoma, por un periodo determinado, en caso de desobediencia manifiesta a las obligaciones constitucionales. En ese marco de intervención y máxima tensión se vivieron las elecciones de diciembre, que dieron el triunfo a Ciudadanos, una formación que ahora camina hacia la irrelevancia e incluso hacia su desaparición.
El Partido Popular (PP) también ha sufrido una importante sangría de apoyos, perdiendo un escaño de los cuatro que poseía, lo que deja bastante mal parado a su jefe de filas, Pablo Casado. Esos datos representan la peor derrota de los populares en Cataluña, una humillación de tintes históricos, que además es muy significativa pues significa que la maquinaría del PP —el principal partido opositor a nivel estatal— no supo recoger ningún voto de los que Ciudadanos perdió por el camino y que pasaron prácticamente a los defensores del nacionalismo español a ultranza.
Ya hay voces dentro del PP que piden la cabeza del propio Casado, unos por haber abandonado posiciones más conservadoras; otros, por haberse desmarcado de la estrategia de su predecesor con respecto al 1-0.
Uno de los principales vencedores de la jornada se llama Vox. El equipo de Santiago Abascal ha entrado por primera vez en el Parlament con una potencia inusitada —11 escaños y cuarta fuerza política por delante incluso de la CUP— y lo que es más relevante, superando claramente en votos y diputados a su adversario natural y precisamente en Cataluña, una plaza muy complicada de torear.
El batacazo de Ciudadanos, además, ha convertido a Vox en el partido hegemónico de la derecha en Cataluña. Toda una paradoja. Además, el anunciado y temido "sorpasso" de esta formación de extrema derecha amenaza el liderazgo del Partido Popular porque su expansión se está produciendo por toda España a excepción de Galicia y el País Vasco.
El mal tiempo, la fuerte desafección de los ciudadanos hacia la política y los tremendos efectos de la pandemia ocasionada por el coronavirus han provocado una escasísima participación electoral, el 53%. Esta circunstancia ha desvirtuado los resultados y ha evidenciado la fuerte apatía de la población hacia lo que debería ser la "fiesta de la democracia".
El abstencionismo electoral da una lectura incorrecta de la verdadera intención de voto de los catalanes, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de quienes se quedaron en casa fueron los llamados constitucionalistas de derechas, es decir, aquellos que se oponen a la independencia. Eso fue la puntilla para Ciudadanos y para el PP.
Fuente: Sputnik
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